miércoles, 6 de agosto de 2008

Un ensayo sobre la cultura de los 'Tabernistas'.

Taberna a media luz
(Consideraciones sobre la embriaguez del espíritu)

Amigos míos, todos los que estáis presentes aquí –dijo el más feo de
los hombres-, ¿qué os parece? Gracias a este día, por primera vez
estoy contento de haber vivido la vida entera.
Y no me basta aún hacer tal declaración. Vale la pena vivir
en la tierra: un día, una fiesta en compañía de Zaratustra
me han enseñado a amar la tierra.

Canto de embriaguez
Friedrich Nietzsche



No creo posible olvidar los cinco años que transcurridos en ese pequeño y oscuro cuarto llamado Merendero, me enseñaron la eterna lección sobre cómo cosechar la amistad, alguna vez le dedique un poema: La balada de los bohemios eléctricos. Tampoco, creo que pueda recuperar las múltiples horas de sueño nocturno ahí sacrificadas por virtud de un encanto dionisiaco que cobró mi juventud a cambio de un bien más preciado que ya Friedrich Hölderlin había conjurado en el siglo XVIII con su poema Pan y Vino:

Mas para que en este lapso indeciso haya
algo de palpable entre las tinieblas, es preciso
que ella nos dé la divina ebriedad del éxtasis y el olvido,
y el inagotable verbo que como el amor
nunca se adormece; que nos dé la copa más llena
y una vida más atrevida, y también
la santa memoria que nos mantiene despiertos hasta el día.

El presente que otorga La Taberna a quien se deja caer en su abismo es: el rito permanente de la luna y a través de ella – como Hölderlin - el olvido.

No es extraño, entonces, que un hombre o una mujer asistan al antro sin mayor intención que el descanso y el encuentro con un elixir adormecedor, es decir, que duerma sus penas y los mantenga incólumes durante todo el ritual, la fiesta que todos los días y noches se da lugar en la taberna.

He confesado mi devoción por este teatro mundi que es la taberna, sin embargo, para quienes ignoran la belleza de su convivencia y tal vez hayan oído sobre el terror de sus aparentes excesos, quisiera aceptaran ahora mi invitación.

Estamos a la puerta de esta taberna, su casa y la mía también. Entremos. Nos recibe la media luz y la música con que iniciamos el rito, tal vez sea la Canción de Mackie Navaja de la Ópera de tres centavos, sí, cantada por Louis Armstrong. No, también puede ser el tango Por una cabeza interpretado por Carlos Gardel o Ástor Piazzolla. Aunque, para esta ocasión es mejor un bolero de Daniel Santos, por qué no Noche de ronda, esa que dice: luna que se quiebra sobre las tinieblas de mi soledad…

Ya sentados entorno de nuestra mesa y esperando el tan anhelado vino, se acerca un amigo a saludar. También, ahora que están aquí amigos míos, quiero presentárselos su nombre es Rafael Humberto Moreno Durán (Tunja 1947- Bogotá 2005), a quien debo la inspiración de este ensayo y mi convicción por la tarbernología, en su libro Taberna in fabula se presenta como un heraldo y nos dice:

Se invoca para la presente reflexión una taberna como otros consultarían una enciclopedia. Las razones son tan múltiples como las páginas de la segunda o los especímenes humanos que frecuentan la primera, aunque una suerte de filiación cultural hace que taberna y enciclopedia se confundan. La taberna de Auerbach constituye no sólo un espacio cerrado donde se ventilan las glorias y miserias de la condición humana a través del humor y el vino, la broma y la rencilla, sino que constituye también lo más parecido al espacio de un libro.

La taberna de Auerbach, en Leipzig (Alemania), este es el lugar donde podríamos estar departiendo y presenciar la escena del Fausto de Johann Wolfgang Goethe. Observamos como después de la apuesta o pacto demoniaco en el que un sabio Fausto firma con su propia sangre y le dice sin temor a Mefistófeles: al vértigo me entrego, al placer doloroso, al odio enamorado, al enojo que anima. A lo que el mismísimo demonio (Mefistófeles) responde como advirtiéndole que ni él con todo el saber y su antigüedad puede alcanzar: pero una sola cosa me da miedo: el arte es largo; el tiempo en cambio es corto.

Fausto y Mefistófeles entran, perfectamente condenados, a la taberna. Para el demonio lo primero que le dicta su instinto que se debe encontrar en este lugar es diversión, por lo que instruye a su acompañante: antes que nada, tengo que ponerme en compañía alegre, y que veas que fácil es vivir. Para la gente es fiesta cualquier día.

Lo anterior sugiere y evidencia que una de las condiciones por la que se tiene como epicentro cultural a la taberna, es por su cualidad de espacio sociabilizador, donde existe un quiebre de la vida como esencia del trabajo y seria ejecución de reglas, aquí no se encuentra la felicidad ni la solución a los conflictos diarios, por el contrario la taberna, como en el Fausto es la búsqueda, a veces desesperada de la alegría.

La misión originaria de una taberna es engendrar alegría, aunque sea efímera, es un lugar de paso en la vida, sin embargo los lazos humanos que se estrechan aquí tienen un carácter sagrado. Una explicación de este hecho, tal vez se encuentra en la etimología de la palabra tabernaculu (tabernáculo), tienda de campaña, tienda augural. Para los antiguos hebreos tabernáculo era el lugar donde acogían el Arca de la Alianza en el viejo Testamento, era un sagrario dentro del cual se formaba una comunidad indisociable; la comunidad de los creyentes.

La taberna por esa otra condición de expectación, es decir, necesidad de conocer otros seres, también engendra alegría, sí la alegría de la comunión en una fiesta de muchos extraños socializados por el vino u otro licor, aunque el encanto está en Baco (Dionisios) señor del vino.

Esa alegría que también es conocimiento, gloria y ruina de la especie, es lo que motiva a Fausto para pedir a su oscuro, pero entrañable amigo: quiero gustar dentro de mí mismo lo que es destino de la Humanidad. Y Mefistófeles añade, con un consejo, porque no lo puede complacer: diría que debieras aprender de un poeta, déjale que divague en pensamientos, y toda cualidad noble amontone sobre tu excelentísima cabeza.

Gracias a esta sugerencia, invito a otro amigo a la mesa para que nos invada de tal gusto por el destino. Aquí está Porfirio Barba Jacob, quien con su Balada de la loca alegría, tal vez no explique pero haga sentir el verdadero ser de la taberna y también de la humanidad:

Mi vaso lleno – el vino del Anáhuac –
mi esfuerzo vano – estéril mi pasión –
soy un perdido – soy un marihuano –
a beber, a danzar al són de mi canción…

(…)
Tu en la muerte rendido, yo en la muerte,
Ni un grito apenas del afán del mundo
Podrá hallar eco en la oquedad vacía.
El Polvo reina, el Polvo, el Iracundo…
¡Alegría! ¡Alegría! ¡Alegría!

Podríamos, también, acompañar esta irrechazable invitación, con la Balada en la que irrumpe la alegría de nuestro panida León De Greiff, pero él no llega aún a esta reunión.

Creo, y si es posible, que es buen momento para nuestro primer trago: ¡Salud y buena muerte para todos!

La socialización por el vino que mencioné es la que se da en el Fausto dentro de la taberna de Auerbach, cuando Mefistófeles ofrece un trago del licor que deseen a cada uno de los compadres que se encuentran en el lugar: si no fuera a enojarse el tabernero, les daría, dignísimos señores, algo de lo mejor de mis bodegas. De esta forma, aceptemos el licor de nuestro amigo.

Al respecto nos dice R.H. Moreno Durán: la taberna es, de esta forma, una Weltbüne, un escenario del mundo, lo que le da aún mayor sentido a la idea del recinto como libro: la taberna es aquí una alternativa al claustro del conocimiento: el ámbito cerrado del saber es reemplazado por el ámbito abierto del vivir.

El espacio o ámbito abierto para el espíritu, pero cerrado a una sociedad excluyente, propicia que los seres adquieran una actitud disidente y un pathos romántico, porque inician su ruptura con las leyes de la conducta socialmente aceptada, en vez de ello se introducen en la ritualidad profana y no convencional, es decir, una vanguardia del comportamiento social y como asevera Néstor García Canclini en sus Culturas Hibridas:

Hay un momento en que los gestos de ruptura de los artistas (aquí he decidido introducir el término ‘tabernistas’ para incluir a todos aquellos que frecuentan las tabernas y que la tienen como una esencia de su sociabilidad y no sólo algunos artistas), que no logran convertirse en actos (intervenciones eficaces en procesos sociales), se vuelven ritos. El impulso originario de las vanguardias llevó a asociarlas con el proyecto secularizador de la modernidad: sus irrupciones buscaban desencantar el mundo y desacralizar los modos convencionales, bellos, complacientes, con que la cultura burguesa lo representaba.

Los tabernistas en sus actos de “tomar”, “beber”, ” fumar”, “hablar”, “departir” le otorgan nuevos significantes a estos verbos, entendiéndolos socialmente como acciones de disidencia, resistencia y negación del otro orden aceptado fuera de la taberna. También, el verbo “Brindar” es reunión cuando ya no hay qué celebrar, cuando nosotros no somos motivo de alegría, por lógica en este lugar alguien más tiene algo que celebrar. Entonces, afuera usted y yo somos hombres y mujeres que pertenecemos a un sistema homogéneo regido por instituciones como: la familia, la escuela, la iglesia y el Estado.

Adentro, usted y yo, somos contertulios, en un microcosmos cultural heterogéneo en el que sus destrezas como hombre y mujer aceptado en sociedad se ocultan a media luz, y se une como lo dice Moreno Durán, a una metáfora de la tradición monumental de las pasiones y expresiones más instintivas del comportamiento humano, ligadas a una celebración sin motivo, pero tiene importancia como una contundente manifestación simbólica del destino humano: la alegría de vivir, de saber que aquí adentro no hay etiquetas ni renombres, es una totalidad de seres y personajes como palabras unidas en armonía dentro del libro-humano taberna.

Pierre Bourdieu en sus estudios antropológicos asegura que: muchos ritos no tienen por función únicamente establecer maneras correctas de actuación, y por tanto separar lo permitido de lo prohibido, sino también incorporar ciertas transgresiones limitándolas. De acuerdo a ello, es necesaria una reflexión profunda, y libre de prejuicios, del estado de embriaguez.

Embriagar, un verbo que también nace de embrión, es decir origen, principio de un nuevo yo que consciente de su plena aceptación en la taberna, ejerce un derecho democráticamente; el derecho a embriagarse. Necesariamente la ebriedad es un éxtasis y un extremo, el objeto de este acto, para mí trascendental, como afirma Baudelaire en sus pequeñas prosas: ¡Es hora de emborracharse! Para no ser esclavos y mártires del tiempo, embriagaos, embriagaos sin cesar. De vino, de poesía o de virtud; a su gusto.

Es tiempo de presentarles otro contertulio que acaba de llegar, León De Greiff quien con su Balada del disparatorio báquico, impregnada de múltiples romanticismos dicela ‘El Ebrio’, muestra el trastorno del tabernista al final del rito:

Bebamos en las cráteras de oro
el líquido tesoro
que enloquece las mentes
y elide los deseos,
y que sume los sueños impotentes
en helados Leteos.

Porque es dulce olvidar. ¿Algo esculpido
quedar merece en el cerebro? Nada!
Porque es dulce olvidar.


Ante la ebriedad, Charles Baudelaire en sus Flores del mal nos hace palabras el sentimiento del vino al ser bebido, en El alma del vino:

Disfruto de un placer inmenso cuando caigo
En la boca del hombre al que agota el trabajo,
Y su cálido pecho es dulce sepultura
Que me complace más que mis frescas bodegas.

Nuestro último contertulio, es mi querido amigo Novalis, a quien como a mí, le cautivaron las tabernas y sobre todo la relación semántica entre caverna y taberna. Incluso este interés por las cavernas llevó a un joven Georg Friedrich von Hardenberg a estudiar Minerología y Geología en la Escuela de Minas de Freiberg durante los años de 1797 a 1799. Luego, se emplearía como administrador de las Salinas de Weissenfels donde conoció las entrañas de las montañas.

Las bodegas del vino como dice el verso de Baudelaire, también son bodegas humanas donde se resguarda el hombre y se fermenta de la agonía de la vida, un momento en la taberna llena más el espíritu de un obrero que toda una existencia de labores.

Taberna y Caverna son la conjunción del ámbito donde como un minero en la novela Enrique de Oftedingen del alemán Novalis, se decide a caminar inmerso en una gruta buscando tesoros, la búsqueda de un misterio que habita en las profundidades del espíritu humano, por esa razón el antro es oscuro y su aire pesado. No es raro que este minero de Novalis haya nacido en Bohemia donde existen minas que albergan ríos subterráneos.

El río subterráneo al que llegamos dentro de una taberna, a través de la embriaguez del espíritu es una entrada en un mundo peligroso, por lo tanto es acertado desearle a todos los que me han acompañado y los que después vendrán, igual que los mineros cuando se sumergen en la cueva y no saben si saldrán sin vida o con tesoros, les digo amigos contertulios: ¡Buena Salida!



Luis Carlos Bermeo Gamboa[1]
La Playita, abril 23 de 2008.

[1] El autor del texto es un joven escritor vallecaucano, del Municipio de Yumbo. Ha publicado un libro de poesía (Antídotos de Ruda y otros venenos, 2005) y trabaja como periodista en revistas universitarias donde publica crónicas y reportajes. Este ensayo pertenece a un libro de ensayos en preparación nombrado Diafragmas, para el presente año publicará su primer libro de cuentos llamado Madreselvas de Habitación.